Llevaba sentado en el suelo más de tres horas. El sol ardía con fuerza y los goterones de sudor le recorrían todo el cuerpo. Sus ojos oscuros miraban con melancolía el horizonte, en el que solo se divisaba un mar lleno de dudas.
Recordaba aquel viaje, el viaje de los que se sienten olvidados, de los que muchas veces ni siquiera pueden alzar la voz.
Pensaba en las noches sin dormir, en los días en el desierto, en los papeles y el dinero que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Mientras pensaba esto tocaba la pequeña bolsa de cuero que llevaba, para asegurarse de que aún seguían allí.
Una imagen es la que aparecía con más frecuencia en su mente. Aquella vez que había tenido que huir de la policía en Marruecos, como si de un delincuente se tratase. Él no había hecho nunca nada malo a nadie. Entonces, ¿ de qué era culpable? ¿ Alguien puede ser culpable de no tener nada que ofrecerle a su familia? ¿ de no tener nada con qué alimentar a sus hijos? Ojalá nunca hubiese tenido que abandonar su tierra, su familia, sus amigos.
Pensaba en España, en Europa. Aquella tierra que llamaban en lugar de las oportunidades. Sólo le separaban 14 kilómetros de agua, y vaya diferencia entre esos dos pedazos de tierra. Tan cercanos y tan lejanos a la vez. También tenía miedo, últimamente las noticias que llegaban a África de sus amigos que habían cruzado el estrecho no eran tan buenas como antes: "aquí tampoco hay trabajo, la crisis, no nos dan los papeles..." De todas formas, cualquier cosa era mejor que quedarse en su país donde apenas conseguían dinero para alimentar a los más pequeños de la familia.
Estaba esperando a que cayese la noche y poder cruzar la valla. Qué extraño era aquello de la valla, pensaba mientras comía los restos que le quedaban de aquel viaje. ¿Por qué tenían que pasar por una valla? ¿no era suficiente ya el riesgo que corrían cruzando el estrecho en aquellas embarcaciones? ¿Por qué el mundo tenía esas reglas? ¿Quién las imponía? ¿Quién decidía que su vida valía menos que las demás?
Por fin llegó la hora. Todos subieron al camión,serían como unos treinta: había hombres, mujeres, niños pequeños. El conductor les explicó que en el momento en que pararan deberían salir corriendo y meterse en la embarcación sin detenerse ni un segundo, cruzando como pudiesen. Cuando el camión estacionó, Mustafá salió corriendo y cuándo abrió los ojos ya se encontraba en una de esas embarcaciones frágiles de las que le habían hablado.
El mar estaba revuelto, pero conseguían avanzar. Después de unos días, apenas les quedaba agua, y el viento los llevaba a la deriva. Entonces Mustafá consciente de que no resistiría mucho más, levantó los ojos al cielo y le habló a su Dios: " Dios mío, no entiendo esto. Pero tengo esperanza. Si ha llegado mi hora, me iré contigo. Pero ayúdales a los hombres a entender que también nuestras vidas cuentan. Que los nadies somos alguien. Con historias y cosas que contar, con sueños que cumplir, con ganas de vivir".
Entonces, exhaló su último suspiro, y su alma quedaría siempre en ese estrecho, que engulle vidas, pero que también engulle sueños.
"POR TODOS AQUELLOS QUE TIENEN VOZ, PERO A LOS QUE NADIE QUIERE OÍR. POR TODOS LOS QUE SE QUEDARON EN EL CAMINO. POR LOS QUE LLEGARON Y AÚN SIGUEN LUCHANDO. POR LOS QUE NO SE RINDEN.POR VOSOTROS"